Este fin de semana tuve la suerte de asistir a una charla de Álvaro Bilbao, sobre la educación en positivo, en la que nos hablaron, entre otros temas, de la teoría de los tres cerebros. Esta idea, desarrollada por el neurocientífico Paul MacLean, sugiere que nuestro cerebro está compuesto por tres capas evolutivas:
- El cerebro reptiliano, el más primitivo, que rige los instintos básicos como la supervivencia y la territorialidad.
- El sistema límbico, que gestiona las emociones y las relaciones interpersonales.
- El neocórtex, la parte más evolucionada, responsable de la lógica, el pensamiento abstracto y el lenguaje.

Mientras escuchaba la charla, no pude evitar pensar en cómo la Inteligencia Artificial intenta replicar el funcionamiento del cerebro humano. Sin embargo, si observamos su desarrollo, vemos que solo está centrada en imitar el neocórtex, es decir, la parte racional, dejando fuera las dimensiones más profundas que nos hacen humanos.
Primera hipótesis: La IA es solo un cerebro racional
El desarrollo actual de la IA se basa en la recopilación de datos, el reconocimiento de patrones y la generación de respuestas lógicas. Su funcionamiento está inspirado en el pensamiento racional del ser humano: procesa información, resuelve problemas y toma decisiones basadas en algoritmos matemáticos.
Sin embargo, la IA no experimenta emociones, instintos ni vínculos. Puede simular empatía respondiendo con frases amables o analizando el tono de una conversación, pero no la siente realmente. Puede generar una historia de amor o diseñar una estrategia publicitaria emocionalmente impactante, pero lo hace siguiendo patrones preexistentes, no porque entienda lo que significa amar o conectar con otro ser humano.
El pensamiento racional por sí solo es poderoso, pero incompleto. No es lo que define la experiencia humana en su totalidad.
Segunda hipótesis: La emoción y las relaciones humanas nos diferencian de la IA
Si la IA solo puede replicar la razón, significa que dos elementos fundamentales de la humanidad siguen estando fuera de su alcance: nuestras emociones y nuestras relaciones.
El sistema límbico no solo nos permite sentir alegría, tristeza o miedo, sino que también nos impulsa a construir lazos con otros. La conexión humana va más allá de la información que intercambiamos. Se basa en gestos, en miradas, en la confianza y en la capacidad de interpretar lo que el otro siente sin que lo exprese con palabras.
Las relaciones humanas no son solo el resultado de la lógica ni de la eficiencia, sino de la empatía, el cariño y la necesidad de compartir experiencias. Por eso, aunque una IA pueda responder a un mensaje con palabras de consuelo, no podrá sustituir la calidez de un abrazo. Aunque pueda recordar todas las conversaciones con una persona, no podrá experimentar lo que significa echarla de menos. Aunque pueda analizar datos para predecir comportamientos, no podrá forjar lazos de amistad o amor genuino.
En un mundo donde la IA avanza a pasos agigantados, la emoción y la relación con los demás siguen siendo nuestro mayor diferencial. No somos solo seres racionales, somos seres profundamente emocionales y sociales. Y ahí es donde la inteligencia artificial todavía no puede alcanzarnos.